Y había una pluma de ave en mi avena…
Mis ojos se abren. He vuelto a pestañear. El trabajo está más aburrido que de costumbre. Lo único que escucho, es la cuchara en mi taza de café, tintineando al girar.
A través de la ventana distingo el cielo gris aunque es medio día. Bebo un sorbo de café, se ha enfriado de nuevo. La librería esta vacía, ningún cliente el día de hoy, todo está en calma. Gente viene y va por la acera, escasa. Todos con abrigo y sombrilla en mano, casi uniformados.
Hay algo peculiar…
Sobre la acera, donde todos avanzan sin mirar, hay un bulto. Se encuentra solo ahí, todos los esquivan sin querer. Me aproximo al enmohecido vidrio para analizar mejor.
Es un ave, una pequeña. Patas arriba, tiesa… muerta. Sus rodillitas flexionadas, garritas frígidas que desafían la gravedad. Es inmensamente curioso, pues nadie parece notarla.
Llegada la hora de cerrar, ningún libro abandono su lugar en el estante. Al cerrar la puerta giro la vista esperando ver al difunto, y este sigue ahí.
El centro esta vacio. Los locales han cerrado y no hay ni un alma merodeando. El olor a humedad se infiltra a mis pulmones en una ventisca fría. Lo que me hace entender porque gente prudente permanecería en casa. La rutinaria caminata al servicio de taxi es mas eterna de lo normal, pues nada divierte mi travesía… nada excepto el piar de las aves.
Me detengo un momento a contemplar. Es una plaza que nunca había visto, o al menos nunca prestado atención. Tenía escasos arboles, asfalto cuarteado, en medio una opaca fuente con una figura amorfa desgastada por el tiempo. Busqué algún edificio familiar para ubicarme, pero fui distraída por un revoloteo junto a mi oído.
Las aves aterrizaban, una tras otra. Eran cinco o seis. De saltillos comenzaban a avanzar hacia un punto en común. No podía dar crédito. Los pajarillos se aproximaban a una banca al otro lado de la plaza (que en si no era muy extensa) pero lo más particular, era quien estaba en aquella banca.
Una silueta, por la distancia no podía distinguir si hombre o mujer. Vestía de negro, un abrigador saco y su sombrero de ala corta. Estaba encorvado, probablemente era ya de avanzada edad. Un hombre. Lo supe al ver de cerca, pues por inercia camine hasta encontrarme a pocos pasos de él.
Llevaba consigo una bolsa de papel, esas comunes que te ofrecen en la panadería. Introducía lentamente su mano, obtenía lo que parecía ser una galleta, la cual trituraba cerrando el puño y después arrojaba hacia las aves.
¿Aves…?
Concentre mi vista en las aves. El grupo que ví anteriormente ya comia de aquellas migajas… ¿Pero que…? ¡Había un ave muerta! tendida sobre el suelo, justo donde las otras comían. Y no era todo, pues a otros pasos estaba otra, y mas adelante, en un radio no mayor a cinco metros otras mas. Una… dos… tres… cuatro… cinco… seis…
-Buenas noches-
El hombre en la banca me saludó. Di un respingo por lo repentino.
-Están muertas- dije aun observando a aquellas aves.
-Así parece-
-¿Por qué?-
-Lo que buscan no está aquí- Aquel anciano volvió a arrojar migajas.
Las aves seguían picando el piso, obteniendo aquellas diminutas porciones de masa, ignorando por completo a su compañera fallecida. Aparecieron más a pocos pasos, pero titubeantes daban saltitos de lado a lado, como si no quisieran acercarse. Una de ellas se aventuro… y pasando junto a mi pie, se unió a las otras. Tomé asiento en la banca junto al hombre. Fue cuando las otras decidieron al fin aproximarse. Al parecer, imponía mi lugar junto a las migajas.
-¿Y que están buscando?-
-Algo que no han encontrado-
Alcé una ceja. Aquello era una redundancia.
-Eso no suena muy coherente-
-¿Qué no es coherente? ¿Decir una incoherencia para explicar una coherencia no vuelve el hecho desde un principio coherente?-
-¿Perdón?- me confundí. Parecía algo sacado de un monólogo de Sócrates.
Volvió a echar migajas.
-¿Es usted filósofo?-
-Solo un lector más-
Una de las aves retomo el vuelo, seguida unos segundos después por otras dos… ¿Dos? ¿Había dos aves muertas junto a las migajas?
-Yo no leo, no me gusta y eso que trabajo en una librería- El hombre guardo silencio, un ave pilló de forma sonora- Creo que es absurdo llenar la mente de ideas ajenas, prefiero moldear mis propias ideas-
Aquel hombre siguió en silencio, con su mirada fija en las aves. Tenía el rostro arrugado, nariz respingada, llena de cacarizos. Llevaba gafas redondas, oscuras. Ilógico, puesto que no había sol ¿Seria aquel hombre ciego? Sus labios eran delgados y estaban partidos, seguramente por el frio. Volvió a tomar una galleta de la bolsa y nuevas migajas cayeron.
-Las ideas nacen del criterio y a su vez, no hay criterio sin ideas-
Me sentí como una niña hablando con un adulto. Me abochorné, incomoda. Mi justificación a mi falta de lectura era ahora un chiste, algo absolutamente absurdo, y él me había hecho sentir así con solo una frase, como una aguja pinchando un globo. Sobre nuestras cabezas, otro escaso grupo de aves, de las cuales solo unas cuantas aterrizaron al festín. A pocos pasos más aves, dudosas de aproximarse. En un parámetro más amplio, junto a la fuente y sobre ella, más aves que contemplaban el banquete.
-¿Por qué no se acercan?- pregunté.
-Muchas razones-
-¿No tienen hambre?-
Un golpe me alarmó. A mi lado izquierdo de la banca, un ave muerta ¿Había caído del cielo?
-Están indecisas, ellas que solo observan-
Volví de nuevo mi atención a aquel hombre. Me ofreció la bolsa de galletas y cogí una. La triture en mis dedos, y arrojé las migajas. Más aves degustaban junto a sus cuatro compañeras muertas. Otras, después de un rato de comer, emprendieron vuelo.
-También es posible que no entiendan-
Algunas aves sobre la fuente emprendieron vuelo, alejándose de la plaza. El cielo esta gris, los alrededores también, todo cubierto en instantánea neblina.
-¿Y ellas que se van?- Pregunté mientras veía desaparecer aquellas aves entre la niebla.
-Puede que no entiendan, o entienden y deciden seguir buscando aquí-
-¿Aquí?-
-En esta vida-
Un golpe más, y en segundos otro. Dos pájaros muertos cayendo junto a la fuente. El hombre me ofreció la bolsa, tome una galleta más y la arrojé sin triturar, solo partiéndola a la mitad.
-¿Y ellas que mueren?-
-Deciden buscar en la otra vida-
Un pajarillo que seguía comiendo, de repente cayó quedándose inmóvil. Otro más se alejó a saltillos, quedando inerte a poca distancia.
-Les deseo suerte- mencioné, tomando otra galleta una vez ofrecida la bolsa.
-Éxito, la suerte es para quienes no son capaces y necesitan algo mas-
Lleve la galleta a mis labios, dándole una mordida diminuta. Tenía una suave textura que se desmoronaba al entrar en contacto con la lengua y un rico sabor.
-¿Usted encontró en esta vida lo que buscaba?- me aventuré a preguntarle.
-Si-
-¿Y que buscaba?-
-Aquello que encontré-
Sonreí. Pues ya anticipaba esa respuesta.
-Quisiera encontrar lo que busco-
-Lo harás si sigues buscando-
Él arrojó más migajas. El número de pájaros fríos había aumentado, al igual que los vivos que seguían comiendo.
-Pero… ¿Qué si no sé que estoy buscando?-
-No se busca lo que no se conoce, no puede encontrarse algo de lo que no se tiene idea-
Le di otra mordida a la galleta, esta vez más grande. Desajuste mi bufanda retirándomela, sentía mi cuerpo mas tibio repentinamente, ya no era necesaria.
-Y si…- nació otra duda- ¿Ya encontré lo que buscaba pero no me di cuenta de ello?-
-Eso no pasa- el hombre tosió. Era una tos seca- Necesitarías encontrar lo que buscas para entender cómo se siente-
-¿Sentir qué?-
-El estar completo-
La neblina había aumentado, no podía ya ver alrededor, solo la vaga imagen de la fuente no muy lejos y un árbol. Otro golpe más, y otro y otro… una de las aves a que comía intento emprender vuelo, inútilmente, cayó muerta. Otra logro elevarse un poco, pero el final fue el mismo.
-El frio disminuye- bufé acalorada, sentía mis mejillas rojas.
-No, sigue igual-
Otro golpe más, esta vez cerca del árbol. Un pajarillo, era mas pequeño que los demás, casi recién llegado comió solo unas cuantas migajas y murió.
-Ojala yo lo encuentre en esta vida-
-No lo creo-
Volteé a verlo. Una sonrisa se había dibujado en sus labios. Esta vez su rostro estaba girado hacia mí, pude ver fijamente sus facciones.
-¿Por qué no lo cree?-
-Porque ya tomaste tu decisión-
Sentí una gotita fría recorrer de mi entrecejo hasta la punta de mi nariz. No era lluvia. Llevándome la mano a la frente, sentí el sudor. Mi piel ardía. Mi cabeza comenzó a dar vueltas, y todo alrededor era borroso. Después observe mi otra mano, la galleta mordida… luego las migajas… después a los pájaros muertos…
-Éxito en la otra vida- Escuché decir a aquel hombre, que ahora me sonaba distante.
Sentí mi cuerpo caer contra el respaldo de la banca… esa única banca, en la plaza que jamás note. Mis orbes se cerraron para nunca abrirse, y por mi mano se deslizo el resto de la galleta…
Aquella galleta, con aroma a jengibre… y dulce sabor veneno.
Y si… había una pluma de ave en mi plato de avena.